El sábado, aparte de ver al Cadete del Baskonia, me
apetecía ver al Ordizia contra uno de los máximos candidatos al Campeonato de
España. Tuve la ocasión de verles en Azpeitia y allí dieron mucha guerra, a
pesar de desconocer el ritmo al que se juega en esta competición. Baskonia
tiene un potencial físico y técnico descomunal, un equipo muy completo, muy
compensado cuyo único problema es la constancia en el trabajo defensivo. Ordizia
explotó ese factor, se marcó un partidazo y sólo su físico le impidió dar una
desagradable sorpresa a los locales.
Este artículo no va a ser una crónica del partido,
me salgo de la rutina para expresar mis emociones sobre el encuentro. La verdad
es que fueron muchas y muy positivas, acorde a un soñador y amante de lo
imposible.
Disfruté muchísimo viendo el enorme despliegue de
calidad individual de los alaveses, puedo decir que sentí envidia de su
entrenador, tener a tu disposición todo ese potencial tiene que ser una gozada,
aunque también hay que tener claro que la responsabilidad tiene que pesar en
ese banquillo. Todo lo que no sea bordarlo en el campo imagino que tiene que
conllevar una presión importante por parte del departamento técnico del club.
Y es que tener en tu plantilla a tres de las mejores
promesas del basket europeo supone una grandísima responsabilidad para
cualquiera. Jurij Macura, Filip Petrusev y Tadas Sedekerskis son adquisiciones
en las que el club ha depositado muchísimas esperanzas. Conseguir traerlos a
Vitoria ha sido un golpe maestro, algunos de los grandes clubes europeos
todavía están preguntándose donde estaban mirando sus Departamentos Técnicos.
Sería injusto no hablar de los “nacionales”, un grupo de jugadores muy talentosos
y con gran capacidad de trabajo. Una buena generación que va a aportar grandes
jugadores al basket, a más de uno lo veremos en las competiciones FEB.
Ante semejante panorama, lo más normal es que sus
rivales se planteen intercambiar unas canastas y disfrutar de sus rivales,
porque luchar por la victoria se les antoja una utopía.
Pero no es el caso de Ordizia, un equipo (un pueblo)
que tiene el orgullo y la competitividad metida en vena, que no se arruga ante
las adversidades y que le echa coraje (cojones) a la vida, pues van los tíos y
salen a ganar el partido. Los gipuzkoanos salieron dispuestos a tutear a los
baskonistas y lo consiguieron. Desarrollaron una intensidad defensiva brutal,
trabajando al límite de la legalidad y no arrugándose ante el poderío físico
que tenía enfrente.
Aguantaron el tirón inicial y se hicieron con el
control del partido metiéndole un ritmo frenético en ataque, abrieron
muchísimos espacios y buscaron constantemente el 1x1. Consiguieron canastas
imposibles que levantaron los aplausos de sus numerosos seguidores y de algunos
otros que no pertenecemos a su círculo. En unas cuantas ocasiones consiguieron
sacar los colores a la actitud defensiva alavesa y pusieron de los nervios a su
técnico, el míster vivía con desasosiego el devenir del partido. En el minuto
dos del segundo cuarto empataron el partido a 24 y sus problemas en el rebote
les condenaron a ir 12 abajo al descanso.
Para cualquier otro equipo, este resultado ya
hubiera sido una victoria, ya habría conseguido unas medallas que colgarse.
Para Ordizia no, salieron como motos del vestuario y volvieron completamente
locos a sus rivales. Los baskonistas tuvieron que trabajar duro y esperar hasta
el último minuto de este periodo para hacer el “break”. A los gipuzkoanos se les rompió el alma y no pudieron
aguantar el tirón. Recuperaron un poco de fuelle y volvieron a ponerse a 10 a
tres minutos del final del partido, pero Baskonia ya tenía el partido
encarrilado y acabó llevándoselo por 92-77.
Demasiada diferencia, los visitantes no merecieron
un marcador adverso tan amplio.
Una agradable mañana para los soñadores.
Una agradable mañana de buen baloncesto.