Lo que más me ha marcado ha sido el espíritu de
superación que he vivido en el Endesa júnior. Los cruces fueron batallas épicas
en las que ninguno de los equipos participantes se entregó, a pesar de que en algunos
la diferencia en el marcador pudiera reflejar lo contrario. A pesar de que
muchos equipos eran conscientes de su “flojera”
y de sus pocas posibilidades de pasar a la siguiente ronda, la entrega fue
brutal y las lágrimas fueron una constante tanto en los ganadores como (sobre
todo) en los perdedores.
Y es que el pase a octavos ya supuso para muchos una
enorme alegría, bien por el sistema de competición (al que la FEB le tendrá que
dar una vuelta) o bien por méritos deportivos los equipos que llegaron soñaron
durante muchos minutos con una victoria épica. Lamentablemente la profundidad
de banquillo y la enorme calidad de las rivales cerraron el paso a much@s
soñador@s que se tuvieron que volver a casa solamente con la recompensa de
haber estado ahí.
Pero no sólo la derrota fue el motivo de sollozos y
lágrimas, para muchas jugadoras y entrenador@s, la participación en el Endesa
júnior supuso el fin de un ciclo deportivo. Much@s de l@s participantes
cerraron su hoja de ruta en el basket con el estatal, algún@s por estudios,
otr@s por concluir una etapa maravillosa de sus vidas con sus respectivos
clubes…., no sólo el espíritu de superación pasó factura a l@s derrotad@s.
Está claro que “el
roce hace el cariño” y muchos equipos habían compartido pista/vestuario
durante muchísimas temporadas, pero también los problemas que la vida nos
genera. Amigas y colegas fuera de la pista, el hecho de perder ese roce por
exigencias vitales, despertó más de un sollozo y provocó en mí una empatía
increíble.
No voy a negar que la angustia también se apoderara
de mí en más de una ocasión al ser testigo presencial de este “mal rollo”. Mi vida en este deporte siempre
ha estado marcada por involucrarme hasta las trancas con la gente que he
entrenado y ver aflorar esos sentimientos me llegaron muy adentro.
Aunque pueda parecer cruel, las lágrimas de estas
campeonas me hicieron sentirme bien, reafirmaron mi idea de que el basket no
sólo es encestar y ganar títulos. Me di cuenta que en el resto de la península
hay más gente que entiende el basket como algo emotivo y lleno de valores para
sobrevivir en este mundo lleno de despropósitos.
Mi eterno agradecimiento para tod@s por compartir
esa explosión de sentimientos, por expresarlos sin tapujos y sin cortarse ni un
pelo.