Ha concluido el 2016, al menos yo lo he dado ya por
finalizado. Año par y como empieza a ser habitual en mi vida, 365 días de más “oscuridad” que de “felicidad plena”. Seguro que es una chorrada y que el ser par o
impar no tiene nada que ver, pero desgraciadamente en los pares los problemas y
sinsabores suelen ser mucho más abundantes que las satisfacciones. Desde luego
que deportivamente será un año que olvidaré con mucha facilidad, no me ha
dejado un buen sabor de boca mi labor como entrenador.
A pesar de tener un equipo que podía aspirar a la
lucha por el título en infantiles, la pasada temporada no conseguí sintonizar
con mis jugadores. Las posturas se enrocaron después del Torneo que disputamos
en Barcelona, allí el equipo dio el rendimiento que de él esperaba y mucho más,
los jugadores decidieron cerrarse en banda y no crecer a base de esfuerzo.
Pensaron que sin currar se podía llegar lejos y siempre ocurre lo contrario,
cuando no te aplicas en el trabajo diario pues suelen suceder estas cosas y lo
que podían haber sido virtudes se convirtieron en terribles deméritos. Llegamos
a semifinales y sucumbimos con bastante dignidad ante el campeón, los milagros
en Lourdes y muy pocas veces.
No toda la culpa es de ellos, por supuesto. Yo
también me enroqué y aposté por ganar el pulso constante que la plantilla me
lanzaba. Tenía muy claro cuál era el camino y las formas en las que debíamos
trabajar para mantener el nivel deportivo que demostramos en la ciudad condal.
Decidí no ceder ni media y la cosa terminó como lo hizo, nos arrastramos por el
campo el último tramo de la temporada y pasé más tiempo sentado en el banquillo
que espoleando a mi equipo. Los que me conocen saben que es algo impropio de mi
forma de ser, pero el cuerpo me pedía terminar cuanto antes y pasar página…., y
así lo hice.
El discurso del trabajo, sacrificio y fe no llegó a
la plantilla, evidentemente cuando no hay sintonía no hay feedback. Me consoló que muchos entrenadores amigos tuvieran el
mismo sentimiento de frustración, por lo que entendí que la falta de espíritu
es algo generalizado en nuestras juventudes. No me extraña cuando lo más
importante es tener las zapatillas más caras y el mejor “pepino” para chatear con l@s churris. La crisis también ha anidado
en los valores deportivos y en el respeto.
Así que decidí tomarme un año sabático de los
banquillos y recuperarme anímicamente. En este deporte, como en la vida, la
autocrítica y reciclarse es fundamental
por lo que estoy en ello y me lo estoy pasando genial. Veo más
baloncesto que antes y me enriquezco en las cavernas, algo que echaba mucho de
menos en las últimas temporadas.
Volveré a los banquillos, no sé cuándo…, ni cómo…,
ni donde, pero sé que volveré y lo haré con toda la pasión olvidada. La adrenalina de usar la pizarra es algo de lo que no te
puedes desenganchar cuando se te mete en vena.